“Y cada vez más tu, Y cada vez más yo. Sin rastro de nosotros”

 “Y cada vez más tu, Y cada vez más yo. Sin rastro de nosotros”

A propósito de la revisión del concepto de comunidad

Crónicas Ausentes

Lenin Torres Antonio

Una máxima marxista dice que la “conciencia social es el resultado de la existencia social”, dejando a un lado la herencia genética, podríamos decir que cada uno de los seres humanos es un conocimiento de si y del otro a partir del encuentro con “otros” (los padres, el estado, la sociedad, la gramática, la internet, etc.), es decir, lo que nos rodea, lo que hace interdicción en el momento de la construcción de nuestra subjetividad, imposibilitando ser otro ajeno a eso que nos constituye, salvo si estamos dispuesto a volver por nuestros mismos pasos con la condición de repetir nuestra historia a costa de darnos cuento de aquello que nunca supimos que éramos realmente, el eterno retorno de la vuelta hacia uno mismo, siendo uno mismo en un otro que sólo constata nuestra trágico condición humana.

Si esto es cierto, los tiempos actuales nos ponen ante un escenario cruel sobre esa condición humana, y fundamentalmente que en el hombre moderno se albergan los más terribles sentimientos y pensamiento, que nos han llevado a dejar de creer en esa imagen romántica del hombre civilizado y racional, y que la existencia humana ha construido una consciencia egoísta y perversa del hombre, confirmando rousseaneamente que el hombre es el lobo del hombre. Si la máxima marxista es cierta, la existencia humana no ha podido construir un “alma buena” en el hombre, sigue siendo el hombre un animal pulsional, violento y sexual.

La pregunta que tenemos que responder es cómo se construye a partir de esa existencia una consciencia social y que ésta sea “buena”, para comenzar hay que entender que “la existencia social” tiene que ver con “el otro”, un otro distorsionador, formador, escultor de la identidad y la consciencia social, “otro” que resumido en la gramática determina la normalidad de la conducta humana, y que esa normalidad puede ser “normalidad buena” y “normalidad mala”, llamamos “buena” cuando se comparte esa misma visión del hombre y ésta no atenta contra la integridad del propio hombre, y la plausibilidad de la vida comunitaria, y “normalidad mala” cuando ocurre exactamente lo contrario, y puede ser individual o colectiva, la primera apunta al sujeto que desfragmentado comete un crimen, y la segunda, a un grupo de sujetos que construyen una especie de códigos comunes encaminados a justificar el acto criminal, como es el crimen organizado que tanto lo vemos en los carteles del narcotráfico, huachicoleros, y la clase política corrupta.

Pero qué ha pasado que la historia del hombre en lugar de dirigirse hacia la civilidad y el bienestar común, apunte hoy hacia la exacerbación de la conducta inconsciente y el acto criminal como el lugar común, pareciera que los dispositivos de domeñamiento y civilización han fallado, y que el hombre que se construye es un hombre ya ni siquiera neurótico sino psicótico y perverso; el dispositivo de represión que la cultura había empleado para detener la impronta pulsional individual narcisista y reforzar el lazo social a través de un contrato y el reconocimiento de la palabra  empeñada (deuda), y que hacía que el hombre en una pérdida de goce generara una ganancia y protección de esa cultura, en los tiempos actuales son sustituidas por el poder (la potencia), que tiene que ver como el consenso y el acuerdo que serían las imágenes románticas de la vida en sociedad, son sustituidas por la fuerza y la intolerancia. El marco conceptual y simbólico que sostenían al hombre colectivo, o al Edipo social, permanentemente corren peligro de desquebrajarse.

Pero lo más preocupante es que el concepto de “comunidad”, la polis griega, donde se vanagloriaba la cualidad comunitaria del hombre, se ve cuestionada por la conducta egoísta y solipsista “solamente yo existo” del hombre, y que lo constatamos en la manera que los hombres se han encerrados en sus propios núcleos familiares, cuando menos, en los meses de diciembre, y el concepto del hombre comunitario y racional viene a requerir una revisión, porque su naturaleza apunta no a lo comunitario sino a lo gregario.

La vida en sociedad pues requiere nuevas conceptualizaciones, porque el agotamiento de las letras con que habíamos tratado y creído no resultan suficientes para responder a esos exabruptos violentos del hombre en su vida en sociedad. Se transita del hombre racional, comunitario, civilizado, al hombre pulsional, inconsciente, perverso, psicótico, e in-tolerable.

Pero no es cosa fácil construir un “alma buena” a los seres humanos, si lo que condiciona para posibilitar esa “alma buena” es “el otro”, que en un primer momento está afuera y posteriormente se introyecta para estar adentro, para que los seres humanos puedan sentir culpa, remordimiento, pena, ante el simple hecho de pensar en hacer “algo malo”, y después de hacerlo, verse incluso confesar el crimen como lo hizo Raskalnikov en Crimen y Castigo. Construir “un alma buena” depende del “otro” que determina nuestra existencia desde una mirada que nos hace entender el límite de nuestros deseos, la prohibición y la norma, desde donde la cultura se alimenta para construir a ese sujeto que se responsabilice de sus actos dentro de la sociedad.

“Amor se llama el juego, En el que un par de ciegos. Juegan a hacerse daño. Y cada vez peor, Y cada vez más rotos. Y cada vez más tu, Y cada vez más yo. Sin rastro de nosotros” (J. sabina: Amor se llama el juego). Pero continuamos creyendo en esa racionalidad y condición comunitaria, continuamos creyendo en las cenizas de nuestras letras que nos orgullecían como el animal con más éxito entre las especies vivientes en la tierra.

Continuamos creyendo en “la política” como el instrumento impersonal que debe organizar y garantizar la vida en sociedad de los hombres, y más aún en nuestras latitudes, me refiero a México y Latinoamérica, donde los hombres somos más pulsión que cultura, somos más goce que racionalidad, somos más yo y más tu, y sin rastros de nosotros.

Pero recuperar el sentido y el espíritu comunitario es un reto ante nuestra confusión de nuestra identidad que siempre está en un tiempo por venir, el reto es mayúsculo. Nos debatimos entre esa fie ciega y limitada en la política, y el insulso voluntarismo retórico, y nos la jugamos sin darnos cuenta que lo que está frente de nosotros es un cuerpo social enfermo y sin identidad.

Creemos que instrumentar políticas públicas ejemplares, y la ejemplaridad no tiene que ver con “lo moderno, lo actual”, sino con la ética, serán suficientes para hacer una sociedad más humana, más civilizada, más racionales y morales, pero no ha sucedido, resulta que más que una ejemplaridad tenemos que tratar el cuerpo social como un sujeto  social enfermo que requiere someterlo a la clínica, al diván, y en ese sentido, apostar por la psicología en lugar de la política.

Vemos como pueblos enteros participa con normalidad en el crimen, sin tapujos ni remordimientos, como la vieja clase política, continua pertrechada esperando y deseando el mal y que “la cuarta transformación de México” sea un fracaso, y como verdaderas hienas se lanzan a cuestionar las acciones de nuevo gobierno de la república, y éste gobierno, inocente, e ingenuo piensa que nuestro pueblo sufridor entenderá que tenemos que ser éticos.

Apostar por cambiar nuestra visión de lo social, de introducir la clínica y la psicología con la misma importancia que la política y la economía, darnos cuenta que los  procesos globales han fracaso, y que tenemos que mirar desde lo local, y que éste implica además la demografía, son los retos de nuestros tiempos, y la única oportunidad que tenemos para reforzar la subjetividad, y la viabilidad del hombre comunitario, y nosotros los mexicanos, de definir nuestra identidad y emerger como la tercera raza cósmica con certeza de futuro.

Enero de 2019