ODISEA POLITICA DE LOPEZ OBRADOR. / Joel Vargas.

 

Joel Vargas.

En la vida, y en cualquier actividad humana, unos te aprecian y te aplauden; otros reniegan de ti y te mientan la madre. No todo es aplauso y cariño, ni todo es odio y abominación. Estos sentimientos de todos modos se dan en la fragilidad de una contextura muy personal. ¿Por qué odias o por qué aplaudes? Los puntos de una psicología heterodoxa están presente y las acciones concluyen por diluirse en un odio aversivo de gran antipatía. No así el aplauso y el cariño que se agiganta en la luminosidad de la exuberancia. No todos nos quieren ni todos no odian. Esto es como la democracia, no todos votan a favor, algunos votan en contra, y en ese voto va la esencia de las decisiones y las voluntades. También el aprecio y las mentadas de madre y la extinción diabólica de lo que no nos parece.

 

El escritor Peral escribió hace mucho tiempo lo siguiente: “Si haces mal, está mal porque es malo; si haces bien de todas maneras está mal”. Y él mismo se contesta. ¿Qué quiere la humanidad? ¡Maldita humanidad! No se duda que el pensamiento político de los mexicanos, en su inmensa mayoría, están a favor de la democracia, de lo bueno y de los seres de gran portento, para amar y servir a la patria. Los que destilan ambiciones bregarán siempre en el erial de la vida así posean la gloria del poder para medrar o estén ubicados en el pináculo del florón de la política para seguir acumulando cuantiosas fortunas.

 

Que se sepa, López Obrador no ha hecho nada mal a nadie. Sólo desea entregar su vida para transformar esta patria nuestra. Nunca ha robado ni asesinado, ni es jefe de sicarios para aniquilar vidas ajenas e inocentes. Es obvio que no es la puridad andando, pero tampoco se ha atascado en el lodo de la corrupción. Ni se pasea en trailers mololientes de compatriotas que hoy están convertidos en cadáveres. Sin embargo López Obrador es odiado por un buen número de malquerientes. En mínima expresión perlo hay. Así ha sido siempre, la fuerza del odio obnubila y obstruye peligrosamente el poder de la razón. El odio es una psicopatía que conduce a peligrosos extravíos que pueden llegar a la fatalidad para exterminar.

López Obrador ha dicho, “Que me cuide el pueblo”. No necesita, dice, guardias, guaruras, gatilleros, profesionales en tiros a distancia, pelones, como dijera Muñoz Ledo, ni miembros del Estado Mayor. López Obrador nos recuerda a Lao Tzé: “El mal líder es aquel que todos critican; el buen líder es aquél que todos alaban; el gran líder es aquél que logra que el pueblo diga, nosotros lo hicimos”. López Obrador es hechura del pueblo. Supo despertar al pueblo hambriento y conducir su hambre a las urnas. Que no lo soportan algunos, está claro, nunca ha sido muy grato perder el poder y todas las conojías que proporcionan mandar como un gran dictador imbatible. En un afán de nobles sentimientos López Obrador bien podrá decir: “No esperes que los demás te entiendan a ti; tú trata de entender a los demás”.

 

La gratitud es un sentimiento de rara manifestación. Los millonarios mexicanos detestan a Obrador no obstante que sus capitales son escandalosos. Prefieren atesorar que servir a la patria enferma. Y es que todas las transformaciones lastiman intereses. ¿Y qué sería de México si Obrador le hubiera entrado a la mafia y que se hubiera convertido en pelele y gato del papá del neoliberalismo? Pobre México y pobre pueblo.

 

No hay gratitud para la última media docena de presidentes neoliberales que llevaron la macroeconomía a niveles criminales. No existen en  las importantes ciudades boulevares con el nombre de Carlos Salinas. Ninguna escuela ni calle con el nombre de Ernesto Zedillo. A Fox se le pretendió erigir una estatua que fue derribada y arrastrada por el pueblo incontenible. Para Peña Nieto ni sombra de gratitud. Para Felipe Calderón ni siquiera una estatua de sangre. No han nacido los nuevos arquetipos, sin embargo existen en el país miles de escuelas con el nombre de Benito Juárez, plazas, parques, estatuas, aviones, calles, edificios. Igual que los demás héroes históricos. Los patriotas que construyeron el orden nacional. Los que transformaron el caos en instituciones. Y mejor nos quedamos en silencio con muchos gobernadores que no merecen ni siquiera el ruido de la violencia verbal, la crápula eruptiva de la putrefacción. Cero gratitud.