Almas errantes / Juan Armenta

Almas errantes

Hay muchas almas errantes que al abandonar los cuerpos no tienen a donde ir. En veces salen del cuerpo contentas. En veces salen del cuerpo tristes. Pero al morir el cuerpo, ellas tienen que irse. La alegría o la tristeza de las almas, depende en mucho como haya muerto el cuerpo. Desde su etéreo mundo nos observan y en algo participan de nuestras vidas. Muchas almas se pierden en la oscuridad de la noche y no encuentran el camino de la luz. Sesgan, yerran el camino, y entonces deciden quedarse inmóviles mientras pueden vislumbrar hacia dónde ir. A la mayor parte de almas errantes les gusta estar cerca de nosotros, aunque no estén con nosotros. Gozan esas almas con nuestra presencia. Y hay almas, tan sensibles, que gozan cuando reímos o lloran cuando sufrimos. Hay almas que cuidan permanentemente de quienes fueron su familia, de quienes en otro plano, siguen siendo su familia. Otras almas, errantes, se postran en algún lugar por el que tienen cierta preferencia. Se sabe que en las trancas de paso de los extensos potreros de los pueblos, ahí están las almas cual si estuvieran abandonadas. Se sientan y esperan pacientemente montadas en las trancas. En el terreno de don Macario, en la tranca de horcones,  se sabe que hay tres almas situadas en las varengas. Se teme que cuando alguien cruza la tranca, las almas brincan sobre sus espaldas. Esas almas están extraviadas, no saben a dónde ir, por eso se acomodan en las oquedades de la espalda de alguna persona. Hay quien asegura que cuando cae el último rayo de sol, a trasluz, se logran ver las almas de la tranca sin que se distingan sus rostros. Las almas están quietas, pero al abrir la tranca se despiertan y le brincan a la persona que cruza la tranca. Se dice que esas almas en el terreno de Hermilo, son de tres niños que murieron hace ya mucho tiempo ahogados por querer salvar una persona de las traicioneras aguas del río. Ya les han rezado para que descansen, pero algo pasa que siguen ahí desesperadas. Al azotar la tranca, las almas de los niños se alteran y se dispersan. Por eso recomiendan no azotar la tranca. Dice el abuelo José que durante mucho tiempo ha pasado por esa tranca y no ha sentido ninguna pesadez en los hombros porque se baja de la bestia y abre la tranca. Josefita, arrebatada como siempre, nos dijo que ella les habla a las almas al pasar por la tranca y que con eso tal vez las calma para que no le brinquen a los hombros. Una vez a don Pancho le agarró una tormenta espantosa, iba montado en su burra, abrió violentamente la tranca, la azotó con fuerza, y siguió a prisa su camino. Cuando don Pancho llegó a su casa y se bajó todo empapado de agua, temblaba de frío y un calor le invadió todo el cuerpo. Su esposa, Graciela, le calentó agua en unas latas de esas de donde venía la manteca de cerdo, bañó a don Pancho con el agua caliente, pero ni así se le pudo quitar la pesadez en la espalda. Sólo después de una semana logró levantarse, y eso porque le rezó don Joaquín con todas las bolitas negras del sagrado rosario. Y doña Daría limpió a don Pancho con ramos de hojas apretujadas de floripondio rosado y hierba de zacate de agostadero. ¿Pues dónde fue don Pancho que traía dos almas montadas en la espalda?, le dijo doña Daría a doña Graciela sin saber nada de almas. ¿Cómo supo usted eso de las almas?, le dijo doña Chela. Pues las vi y las corrí, le contestó doña Daría. Desde entonces don Pancho pasa suave por la tranca, se persigna, y algunas veces hasta se hinca antes de pasar. Pues lo que no mata engorda, se burla doña Chela de su marido Pancho.

Juan Armenta / Zazil Armenta