Desechos de luna / Juan Noel Armenta López

Desechos de luna

Esa tarde fui a dejar a “Rosita”, la burra, al potrero de arriba. De regreso pasé a ver a doña Martina. Esa viejecita que ya había brincado el siglo de vida. Afuera de su casa estaba “Azabache”, ese gato gordo encantador que como siempre talló marrullero su lomo por mis piernas para asegurarse que todavía era yo de su propiedad. Se me hizo tarde por la amena plática con doña Martina. La tarde estaba oscura. La cara de la luna se veía mutilada. Pareciera como si los brochazos de un mal pintor le hubiesen desbarrado aquel halo brillante que siempre presumía. A un lado de la casa, el viejo y seco árbol de oyamel se movía con pesadez tapando la vista a la cordillera montañosa. Una leve llovizna se enfrentaba al aire enrarecido. Agarré la “jáquima” de la burra y me dispuse a partir. Pero antes le pregunté a doña Martina por ese extraño círculo pintado con cal de piedra en el piso de tierra de su casa. Es un muro de fe para protegerme de lo que sucederá mañana, dijo doña Martina. ¿Y qué sucederá mañana?, pregunté. La luna en esta fecha se “purga” y tira sus desechos para renovarse y seguir viviendo, dijo doña Martina. ¿Y cómo lo sabe?, insistí nervioso. Por el cielo borrascoso, por lo agitado de los “corucos” que corren a su madriguera y por las voces de las almas en el agua turbia del “lebrillo”, respondió Martina. Confundido me despedí e inicié el regreso. Todavía pasé al terreno de “Tilo” Viveros a cortar anonas moradas. Cada día está más zafada doña Martina, pensé. Al otro día me levanté temprano y fui a la piedra del zopilote, el lugar más alto del potrero. Y en ese momento vi algo tan lleno de belleza que me quedé maravillado: el pasto estaba lleno de rocío abrillantado por la noche. Los rayos del sol penetraban suaves por las gotitas de agua. Y el campo se veía como si hubiese miles de cristales reflejando la luz en destellos de colores. Pero había algo inusual que me hizo abrir grandes los ojos a la ventana del misterio: el campo también estaba atestado de unas costras raras parecidas a tortas de majada. Fue entonces que llegaron los lugareños en camino rumbo a las labores del campo. El jefe de cuadrilla picó con la “coa” una de las tortas, y empezó a salir despavorida gusanera de color gris con blanco. El jefe de la cuadrilla explicó que cada cinco años, más o menos, ocurría el mismo fantasmal fenómeno en la temporada de primavera. Dijo que no era algo malo, que al contrario, era bueno porque la tierra se fertilizaba. Eso sí, dijo que no sabía que era todo aquello. Los ancianos decían que eran desechos de luna. Todos los potreros estaban cundidos de esas tortas. Pero para el mediodía las tortas habían desaparecido. De regresó pasé por la cantina de “Cachichi” y le comenté que doña Martina ya me había dicho acerca de esas tortas de gusanera que después habían desaparecido. ¡Qué va a saber esa vieja loca, Martina lo que tiene ya por su edad es una “falta de ignorancia”, ni le hubieras hecho caso! Los desechos de luna, como otras tantas cosas raras, forman parte del misterio bellísimo que guarda cada rincón veracruzano.

Juan Noel Armenta López / Zazil Armenta