EL REY FELIPE / Joel Vargas

No me equivoco si uso la palabra terrible al referirme a los políticos. Millones de mexicanos saben de la falsedad y la simulación de estas personas que medran incrustadas en la estructura burocrática del poder. En estos tiempos electorales el pueblo es un espectador de lo que los políticos son capaces de hacer en los albañales de sus acciones. Los políticos, grandes y pequeños, son la peor fauna que ha parido la nación. Parece que su misión no es la política, pues política es el arte de bien gobernar. Con sus actos manchados se configuran como carreteros que manejan estiércol, dan la impresión que viven en el lodo pestilente del deshonor.

 

En estos días es Calderón moviendo todas sus piezas, desde la incondicionalidad de conocidos Senadores, los cientos de burócratas que el expresidente hizo de planta para tener presencia en la burocracia media, algunos delegados federales que por su influencia despachan en esos sitios claves, hasta las bases con las instancias infantiles y otras células inoperantes, pero que lo hacen pensar que su esposa puede ganar la presidencia de la República, hasta con diez millones de voto, como lo dijo el Senador Cordero.

 

Y es terrible porque los políticos creen que el pueblo los ama. La gente votante no ama a nadie. La confusión de los grillos es fatal porque, es más, el pueblo los odia. El problema número uno de los pobres con credencial de elector es el hambre. Y ya son muchas décadas con una hambre crónica. Los mexicanos nunca hemos quitado la mirada sobre ese otro expresidente considerado siempre influyente: Salinas. Al menos ha sido discreto. Siguió el consejo de Reyes Heroles: “No me ve pero como me sienten”. Con Calderón es el protagonismo. Buscar el poder como el mejor elíxir de la vida.

 

No entendemos con claridad si el cargo de presidente se ha convertido en juguete vulgar, que ha perdido sus valores intrínsecos o de plano algunos descerebrados creen que ser presidente es llegar a una posición ventajosa para enriquecerse y convertirse en cacique nacional. Pasemos revista de los fulgurantes nombres de los patriotas que quieren mamar el calostro de esa vaca lechera que es nuestra patria.

 

Margarita Zavala, brillante, 33 años de panismo, se retira de su partido, haciendo pucheros porque se le ha negado el juguetito presidencial. Claro, tiene a su lado o en su cerebro la inigualable inteligencia política de su esposo, el rey Felipe.

 

También se forma José Antonio Meade, político pendular, sin partido, siempre en las alturas, con una gran suerte para caer donde hay muchos millones de pesos. Osorio Chong, con sangre oriental pero muy mexicano, de la misma cuadra del peñismo, con gusto para las grandes mansiones. Ricardo Anaya, panista multimillonario, desfondado oportunamente por el calderonismo. Los desmadró la mafia del PAN. Anaya se quedó en cero. La doña tiene agotados los glúteos pero usa los calzones bien ceñidos. Otro sin partido, haciendo política de tlacuache, es Mancera, sin ideología definida, trabaja al golpe de suerte. Cárdenas, la momia, con neuronas estereotipadas, es su asesor, nunca fue líder, ha sido siempre usufructuario del apellido que lleva.

 

Luego siguen los independientes: Jaime Rodríguez “El Bronco”. Caray, que estupidez. México no es Nuevo León. Quédate allá porque apestas diría Indalecio Prieto. Y luego el estamento indígena con Marichuy, María de Jesús Patricio, es cierto que viven en el país diez millones de indígenas, pero eso no es cierto que voten por la independiente ingenua. Por ahí esta Ríos Peter, más los que aparezcan.

 

Muy adentro desde hace muchos años está Andrés Manuel López Obrador. Vive su realismo político pero hay muchos millones para gastarlos en su contra. La patria le pertenece a la mafia, a nadie más. Los mexicanos verdaderamente indicados para tan importantes cargos, contemplan. Ojalá que los políticos entiendan que México no es Chacaltianguis, no es Ecatepec, no es Cuautitlán; México son 210 millones de Kilómetros cuadrados habitado en su inmensa geografía, y el presidente debe saber lo que gobierna, ¡pinches mamones!