Todo es cuestión de perspectivas / Zaira Rosas

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En medio del caos internacional llegó a los cines el último filme de Darren Aronofsky, que desde su presentación ante los expertos ha tenido opiniones divididas de los jurados. Una vez estrenado ante el público la polémica entre el amor y el odio a la película no se hizo esperar, y como todo lo controversial siempre llama la atención no podía quedarme sin verla y mucho menos sin dar mi opinión.

¡Madre! no es una película para todos, pero su mensaje sí. Es una película que no recomendaría a cualquiera por su carga simbólica y fuertes críticas religiosas, sin embargo estéticamente es magistral. Aunque vista en un primer nivel el filme no es apto para todo público, considero que tiene escenas que se vuelven un performance que vale la pena seguir. Debo admitir que vi la película consciente de todo el simbolismo que en ella se presentaba, quizás por eso fue más fácil detectarlo, pero más allá de los significados que los espectadores puedan o no entender, ¡Madre! llega en el mejor momento.

La película toca con mucho cuidado la debacle humana, comenzando con un entorno sagrado e íntimo para muchos como es el hogar, que de inmediato se ve profanado por extraños, en el transcurrir de escenas el choque de ideologías se vuelve cada vez más fuerte, cayendo en fanatismos que de igual forma derivan en destrucción y actos horrendos. Después de ver la película en su última función del día mi primera expresión fue –le temo a la humanidad.

Si bien vi la mayor bondad de los seres humanos en días recientes y me gusta pensar que nuestra naturaleza está inclinada hacia el bien, también es cierto que en cada uno de nosotros siempre se presenta una lucha interna y que en ocasiones no somos conscientes del daño o destrucción que como personas generamos. ¡Madre! llega en el momento justo porque los desastres naturales no llegaron porque sí, son consecuencia de nuestros ataques constantes al planeta, de asirnos a un avance a costa del entorno y aferrarnos a una idea como si nuestra perspectiva fuese la única.

La falta de diálogo entre líderes y entre nosotros mismos nos ha llevado a diferencias que ocasionan guerras, la necesidad de marcar estratos y niveles ha hecho que tarde o temprano haya quien busque que las pirámides se inviertan. He visto el amor que podemos compartir, pero también la crueldad, el daño constante a inocentes y ataques incesantes por las causas más simples. Quizás llegó el momento de hacer una pausa, ver nuestros entorno y reflexionar sobre el futuro que queremos; recordar lo vivido en días recientes y seguir tendiéndonos la mano, que la solidaridad no sea pasajera, nuestra organización no se detenga y que el ánimo no decaída.

El transcurso de los hechos ha comprobado que de seguir así se avecina un futuro doloroso para nuevas generaciones, no sólo en el ámbito ecológico, sino también en lo social, debemos dejar de pisotearnos y comenzar a reconocernos en los otros, no sólo ante adversidades, sino también para trabajar. Los jóvenes ya demostramos que sí trabajamos y no somos apáticos como antes se decía, solo que nuestro pensar y forma de actuar es muy distinto al de tiempo atrás. Quizás es momento de que las generaciones anteriores hagan un esfuerzo por escucharnos y juntos aprendamos, podemos ser realmente innovadores si juntamos nuestra creatividad con su experiencia.