PEÑA EN EL SOCAVON DE LA HISTORIA

Joel  Vargas.

Es incontenible la furia de la naturaleza. Las señales de su molestia o de su agotamiento son muy claras: inundaciones arrasantes, erupciones volcánicas que nos dicen que la tierra en su interior tiene un gran poder de fuego; olas marinas temerarias que se elevan hasta diez metros, calores de cincuenta grados, sunamis mortales, sismos trepidantes, largos e intensos, hasta de ocho grados. Nuestra tierra es pequeña, apenas 12,756 kilómetros de diámetro, 40 mil kilómetros de circunferencia, con un peso de seis mil trillones de toneladas. Y no la hemos podido cuidar.

 

Será el apocalipsis cuando en conjunción actúen los cuatro elementos de la naturaleza: tierra calcinante insoportable, donde broten llamas; cuando las aguas de los mares hiervan; cuando los aires transporten calor llamante a todas partes y cuando llueva agua hirviendo. Tierra, agua, aire y fuego en descomposición total. Que el 23 del presente mes de septiembre se acaba el mundo, dice la biblia. Incierto, el mundo se está acabando desde hace un buen tiempo. La descomposición física y social nos los dicen los hechos cotidianos.

 

Lo que resulta bastante grotesco y reprobable por inmoral, es que nuestros políticos se trepen en estos  acontecimientos dolorosos para tratar de ganar imagen pública positiva, trascender políticamente para sumar votos y afianzarse en el poder, como son los casos de Ricardo Monreal en la Delegación Cuauhtémoc y Miguel Ángel Mancera en la jefatura del gobierno de la ciudad de México. La tragedia colectiva les cae de perlas para mostrar su hipocresía solidaria y mostrar al mundo que son los buenos para los mejores cargos políticos en nuestro país.

 

El presidente Peña está en la misma línea de hombres públicos detestados por el pueblo al que dicen servir. Si no es un ser nacido y crecido con suerte, al menos es persona que goza de un espléndido cobijo de la Naturaleza Divina. Si no es inteligente es un raro plus incrustado en el más alto poder con bufones en su entorno. Su escaso carisma se derrumbó por una especie de sismo político provocado por la corrupción galopante. A estas horas de su gobierno y de su esforzado ejercicio da la impresión de ser un antipolítico y un antipresidente que está en contra del pueblo.

 

Datos muy frescos, de un par de semanas, dados a conocer por el INEGI, nos informan que el 80 % de los mexicanos repudian los resultados de su sexenio, a pesar del titánico esfuerzo de los responsables de su imagen por maquillarlo y presentarlo como un trofeo histórico al servicio de los mexicanos. Nada se ha logrado satisfactoriamente, pero por su buena suerte el cielo le envía varios macrosismos que le habría dado la oportunidad de congraciarse con la sociedad. De estar cerca del pueblo, en mangas de camisa, sudando; pero resulta que los mexicanos ya no le creen

 

ni lo que dice ni lo que hace. Saben que anda en campaña, tras de los votos de los martirizados por las tragedias. Los Istmeños oaxaqueños anuncian que por sí solos reconstruirán su región. Casi dicen que no necesitan tecomates para nadar. Y es que los oaxaqueños han sido tratados muy mal: golpes, persecuciones y encarcelamientos.

 

Y no es para menos. Es públicamente sabido que desde que se inició su gobierno ha desprendido del erario público cerca de 40 mil millones de pesos para cuidar su imagen, pulirla y embellecerla para conquistar la admiración de los votantes. Se ha gastado en esta tarea de alta estética humana, un millón de pesos por ahora algo así como 24.8 millones de pesos diariamente. Por lo mismo no hay dinero para construir carreteras federales, para reconstruir los caminos rurales por donde se transportan los productos alimentarios básicos, no hay dinero para proyectos productivos, tampoco para estimular el desarrollo industrial. Y medicinas para el pueblo sólo en casos extremos, esto es, que se dé un colapso brutal, de sangre y de muertes.

 

Un diputado perredista expresó en el pódium de la Cámara Baja que Peña Nieto debió estar siempre en el “socavón de la historia”. Aún así insiste en dejar heredero en la presidencia. Un Can cerbero, el perro mitológico de tres cabezas, para que cuide los ultrasecretos de corrupción del sexenio que fenece. Chico Che: “¿Don te agarró el temblor?”