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CAMALEÓN

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Durante su etapa de líder oposicionista el presidente López Obrador señalaba con índice de fuego la creciente ola de inseguridad prevaleciente en el país, cuando operaba como candidato presidencial ofrecía que de triunfar terminaría con el clima de inseguridad en México, que convencería a los delincuentes para que se portaran bien, aseguraba que con solo llegar a la presidencia bajaría la corrupción. Planteamientos que no por cuestionables dejaban de convencer a la atribulada, enojada y empobrecida población mexicana.

Treinta millones de mexicanos llevaron Obrador a la presidencia de México, pero otros 26 millones se le opusieron, aunque la mitad del total de la población se mantuvo a la expectativa, fue buena la participación ciudadana en los comicios a López porque intervino el enojo social contra la insolente corrupción que corroía al gobierno federal y a casi todos los estatales. Es constancia histórica de ese momento escatológico en la vida del país la fotografía tomada en 2012 donde aparecen el flamante presidente Peña Nieto y 19 gobernadores priistas, la mitad de los cuales ahora está en la cárcel, se les sigue proceso o se mantienen prófugos. Mejor argumento para explicar el resultado electoral de 2018 no hay.

Ya es presidente de México Andrés Manuel López Obrador, y a casi ocho meses de gobierno y doce de estar ejerciendo el poder ya se han esfumado las esperanzas de terminar con la corrupción con la magia de su presidencia y también de bajar los índices delincuenciales, mucho menos de regresar a las fuerzas armadas a sus cuarteles, esos fueron, ahora se comprueba, solo polvo electoral. Pero ya está Morena en el ejercicio del poder y, acaso prematuramente, empieza a resentir el desgaste que esa condición conlleva.

Por lo demás, no es fácil la tarea de demoler las estructuras de un régimen cuya pervivencia data de casi un siglo, la meta que López Obrador se ha impuesto es transformar los métodos en la economía y la política, en la primera para combinar crecimiento económico con bienestar social, reducir las radicales diferencias sociales y distribuir el gasto público con sensibilidad social; en lo político crear conciencia de que el servidor público está para servir, casi casi en función de apostolado a favor del pueblo, nada mejor para exterminar una clase de burocracia política endémicamente contaminada de patrimonialismo político. Todo muy bien, ¿quién en México pudiera oponerse a esos propósitos? En Veracruz, donde hemos sido testigos y víctimas de la voracidad de “la fidelidad” y del “duartismo”, nadie osaría oponerse a circunstancias extendidas a otras entidades federativas.

 Sin embargo, el detalle que preocupa del trajinar de la 4T es el discurso del método. ¿Vamos bien con las decisiones adoptadas por el actual gobierno federal y el de la entidad veracruzana? He allí la cuestión. Porque si se aspira a una transformación equiparable a la que profundizó Benito Juárez en su tiempo, al menos con el laicismo del Benemérito hay contradicción. Bernardo Barranco, profundo conocedor de las relaciones entre el poder político y las religiones, señala en La Jornada: “Andrés Manuel López Obrador ha sido el presidente que más se ha atrevido a hacer un uso político de las iglesias y la religión al incluir a un sector de cristianos evangélicos como difusores de planteamientos sociales y morales de la 4T”… “ningún presidente en los últimos años había logrado convertir la fe en un acto político como AMLO”. Es evidente que no se corresponde con el laicismo juarista, que proclamó la separación de las Iglesias y el Estado, la separación de la religión y la moral. Así, el Movimiento de Regeneración parece ser un partido político y teológico, ni más ni menos.

Ya se va cerrando el círculo del periodo a partir del cual el gobierno de México tiene que asumir méritos y deméritos propios, ya quedó atrás la fase del acomodo y está donde ya no es aceptable atribuirle al pasado todo lo malo de cuanto ocurre. Los grandes proyectos de infraestructura en el sur de México, el Tren Maya, la Refinería en Dos Bocas y el Corredor transistmico, más el Aeropuerto en Santa Lucía de la CDMX corren a la par con el Plan de Negocios de Pemex, porque éste, cual insaciable esponja, absorbe recursos de otros programas. Pero ese es el eje del despegue económico del gobierno de López Obrador, la fuente futura de recursos para el crecimiento económico, que “es y tiene que ser” un elemento central en la agenda y… tiene que ser incluyente pues parece que México tiene una economía de dos continentes, con índices de bienestar parecidos a los del Reino Unido, pero también a los de la República de Burundi”, según dice Arturo Herrera, y le asiste la razón.

Pero en el corto tiempo de su vigencia, a la 4T le han surgido preocupantes ronchitas, el exitoso programa que amparaba a 57 millones de mexicanos, el Seguro Popular, desaparece para dar paso al Instituto de Salud para el Bienestar, rogamos porque el nuevo Instituto tenga el mismo éxito, lo contrario significará un estrepitoso fracaso social. El huachicoleo sigue en pie, la corrupción está vigente, la inseguridad va viento en popa, la economía sigue prendida de alfileres, aumenta el sospechosismo político con los avatares de la revocación de mandato y el aberrante bodrio legislativo de Baja California, los partidos políticos de oposición aún no se desperezan pese a que sobre ellos se ciñe la amenaza de una reforma electoral que les daría jaque mate al PRI y al PRD, el fantasma político de lo que es Duarte de Ochoa acrecienta el temor de acentuar la impunidad, mientras la picota de Morena avanza en su implacable propósito de derrumbar un edificio no del todo en malas condiciones, y lo peor es que todavía no se tienen los cimientos de uno nuevo, más aún, parece que no hay proyecto.

alfredobielmav@hotmail.com

18- julio- 2019