Entre la arrogancia y el nerviosismo

CAMALEÓN

Entre la arrogancia y el nerviosismo

Fueron largas y muchas las jornadas de luchas callejeras, primero, de intenso cabildeo en los pasillos de los Congresos legislativos, después, en la organización de siglas partidistas de cosechas pírricas (PSM, PESUM, PT, PC, PMT,), sin convocatoria, de escasa o nula aceptación audiencia pública, luchando contra la indiferencia de la población hacia una izquierda confusa y confundida, diversa, multiplicada en grupúsculos de “moderados”, “revisionistas”, “extremistas”, etc. El trotskismo de la revolución permanente fue perdiendo sus alas en la medida de la participación de las izquierdas a través de los canales institucionales abiertos por la Reforma Política de 1977 para dar cabida a la inconformidad, buscando su participación y desfogar la extremista presión política opositora. De ese pluralismo de grupos izquierdistas surgió el Partido de la Revolución Democrática, que irrumpió en la escena nacional orientado y dirigido por priistas pertenecientes al ala izquierda del PRI, tras la ruptura de 1987. La izquierda se “institucionalizó” para bien de México.

En 1997 el PRD dio el gran campanazo al obtener una numerosa bancada en el Congreso federal y, a la vez, alcanzar el gobierno del Distrito Federal, con Cuauhtémoc Cárdenas al frente para un periodo de tres años, y López Obrador en el liderazgo del PRD, en sucesión a la dirigencia doctrinaria de Porfirio Muñoz Ledo. Fue la primera experiencia de la izquierda mexicana en el ejercicio del Poder después de la Revolución de 1910.

En el 2000 el PRD ratificó triunfos en el Distrito Federal con López Obrador al frente y desempeñó exitosa administración en convivencia con gobiernos de distinto signo partidista en el entorno territorial y en el Federal, a cuyo frente estaba Vicente Fox, un panista heterodoxo debido a su bisoña experiencia en los menesteres de gobierno. El PRD, aunque paulatinamente reducido a grupos de izquierdistas ya aburguesados, “revisionistas” o “colaboracionistas” dirían en el argot de izquierda, no volvería a perder el gobierno del Distrito Federal sino hasta 2018, precisamente cuando cambia de status político administrativo al convertirse en una entidad federativa con Constitución Política propia.

El desprendimiento de sus cuadros fundadores y la creación del Movimiento de Regeneración Nacional a cargo de López Obrador generó una sinergia a la inversa en el PRD pues, paradójicamente, en la medida que Morena crecía, el PRD perdía sus cuadros más destacados y padecía la sangría de su militancia de base. Convertido a Partido Político para participar con las reglas del juego establecidas en el marco normativo electoral el Movimiento de Regeneración sumó organizaciones y cuadros provenientes del contexto social en donde bullía la inconformidad y se convirtió en una comunidad de intereses varios, pero unidos en el propósito de derrotar al PRI y al PAN, para ese entonces ya se había llevado entre los aparejos al PRD, convertido en mera entelequia.

Fue Andrés Manuel López Obrador quien creó y dinamizó ese Movimiento, combinó la experiencia de cuadros ex priistas con la de los luchadores de las barricadas izquierdistas y aprovecharon las “condiciones objetivas”, para propiciar el cambio; lograron un triunfo electoral irrebatible y en ese oleaje se montaron individuos de diferentes perfiles, a los cuales difícilmente sería posible calificar de “izquierda”. Esa condición podría resultar, a largo o corto plazo, una auténtica rémora para las intenciones de López Obrador.

Una vez instalados en el triunfo se vive la etapa de un interregno que ha sido utilizado por López Obrador para imponer su agenda, auspiciado también por el virtual retiro del gobierno en funciones de los reflectores, de un Peña Nieto que está demostrando sutileza política, zorruna actitud de quien quiere llevar la fiesta en paz en una transición con alternancia, hasta ahora ejemplo de fortaleza institucional.

Pero si bien parece miel sobre hojuelas, la cercanía del ascenso al poder público comienza a presionar a los actores políticos, pues al asumir la responsabilidad se adquiere la carga de todo el país, ya no habrá “mafia del poder” a la cual culpar de los desatinos, propios y ajenos; ya no más la retórica fácil y estrambótica de un candidato, es el peso de la banda tricolor que Porfirio Muñoz Ledo quiere convertir en suceso histórico al momento de transferirla de Peña Nieto a López Obrador.

Esa condición genera nerviosismo, es parecido al tránsito de ser pordiosero a millonario, igual o semejante a la de pasar de borracho a cantinero, pues la condición de cada cual dista mucho de ser parecida porque es en extremo muy diferente. Lo saben lo mismo López Obrador que sus futuros colaboradores. Por ejemplo, la senadora Rocío Nahle, propuesta para Secretaría de Energía en el próximo gobierno federal, cuando se desempeñó como diputada en vías de expresar su solidaridad con los consumidores de gasolina, propuso eliminar el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS), ahora ya en otra circunstancia personal habla de la dificultad para hacerlo: “Ayer estuvimos en una reunión y estamos viendo que son 250 mil millones de pesos aproximadamente los que en este año va a recibir el presupuesto de IEPS en México y para eliminar el IEPS que etiquetaron al presupuesto de 2018 nosotros tenemos que sustituir esos 250 mil millones de pesos en el presupuesto, porque tenemos programas sociales y programas de infraestructura”.

Se advierte también en los desatinos en el Congreso. Como es el caso de Mario Delgado, coordinador de la bancada de diputados de MORENA en el Congreso Federal, cuyo anunció sobre la cooperación que cada uno de ellos aportará, “sin presiones y de manera voluntaria, para pagar la consulta sobre el aeropuerto de la CDMX; pero “olvidó” comunicárselo al presidente de la Cámara, de su mismo partido, Porfirio Muñoz Ledo, quien tomado por sorpresa declaró lo contrario. De igual manera el coordinador de los senadores morenistas, Ricardo Monreal tampoco enterado del asunto dijo que no cooperarían con su aportación “voluntaria”. Ya advertido, rectifica y dice que “no habría problema” para hacerlo.

Acá en la aldea fuimos testigos de un affaire entre militantes morenistas cuando Manuel Huerta, el presidente estatal de MORENA y prospecto a Delegado Federal en Veracruz, dio muestra de una temprana actitud de intolerancia ante las críticas formuladas por el senador Ricardo Ahued sobre la forma de operar de Hipólito Rodríguez el problema de la basura en Xalapa. Tal actitud le valió al senador Ahued una andanada de Manuel Huerta, al grado de excluirlo de las filas de Morena, a pesar de haber llegado al senado vía la candidatura de ese partido. No fue muy lejos por la respuesta, pues Ahued señaló que no “será tapadera de ineficiencias”, “si él (Huerta) quiere hacerlo va a defender lo que no se puede”. “Mal hace Huerta que en vez de conciliar se mete a un pleito, cuando le debería dar vergüenza ver los baches que hay en la ciudad, ahí se debería poner a trabajar”.

Nada que asuste, pero ese escenario da idea del grado de nerviosismo que produce la cercanía del ejercicio del poder; una oportunidad largamente esperada, y solo a un irresponsable o ignorante de la responsabilidad adquirida se mantendría “tranquilo”, porque no es lo mismo formar una barricada que resolver problemas colectivos.

alfredobielmav@hotmail.com

19-octubre-2018.