LA CERTIDUMBRE DEL TRIUNFO / Leonardo Zaleta.

LA CERTIDUMBRE DEL TRIUNFO.

Por Leonardo Zaleta.

Cronista de Poza Rica.

La celebración de la victoria protagonizada por los mexicanos el 1 de julio, solo tiene parangón con la entrada triunfal de Madero a la ciudad de México el 7 de junio de 1911, o las manifestaciones de júbilo a partir del sábado 19 de marzo de 1938 en la capital, con motivo de la expropiación petrolera decretada por el presidente Cárdenas. Se antoja oportuno, entonces, repasar algunos fragmentos de la historia reciente.

En los albores del Siglo XXI, el presidente Ernesto Zedillo le entregó la silla presidencial al neopanista Vicente Fox. “Sacar al PRI de Los Pinos” fue la consigna que encontró aceptación en el hartazgo ciudadano. Sin mayoría en el Congreso desperdició la alternancia.

López Obrador, expresidente nacional del PRD, ganó la jefatura de gobierno del DF el año 2000. Estableció programas de vivienda, apoyó ancianos, madres solteras, minusválidos, fundó Preparatorias y una universidad, bajó el índice de criminalidad, ejerció una austeridad republicana, etc. Los capitalinos impidieron que Fox lo desaforara para cerrarle el paso a la candidatura presidencial.

En el 2006, López Obrador (PRD), emprendió una campaña exhaustiva pueblo por pueblo, proponiendo el nuevo modelo de nación. A pesar de ello, un descomunal fraude cibernético encumbró al panista Felipe Calderón como sucesor. El reclamo: “Voto por voto, casilla por casilla” coreado por miles de manifestantes en el zócalo capitalino, por no tener sustento jurídico mantuvo inalterable la decisión del Tribunal Electoral. Madrazo, el candidato del PRI fue relegado al tercer lugar.

Andrés Manuel organizó la resistencia mediante la Comisión Coordinadora,  que se transformó en  “Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo”, para oponerse a la privatización con que amenazaba Calderón. Recorrió el país por enésima vez con esa bandera.

En su afán por legitimarse, Calderón emprendió la guerra al narcotráfico que consumió gran parte del presupuesto, arrojó miles de muertos, y un doloroso empate técnico.

En el 2012, el triunfo de Enrique Peña Nieto fue apuntalado por el derroche y las aportaciones millonarias de los grandes empresarios, seducidos por las nefastas “reformas estructurales” (despiadadas agresiones a la clase trabajadora y al pueblo). Por segunda ocasión a López Obrador le cerraron las puertas de palacio nacional. La panista Josefina Vázquez Mota permaneció resignada.

Orillado por la claudicación del PRD al firmar el Pacto por México, fundó el “Movimiento de Regeneración Nacional.

La elección de 2018 tuvo matices variopintos: una escalada de violencia (asesinato de dirigentes y candidatos de oposición, de autoridades), propaganda injuriosa que pretendía desconcertar a los votantes, reparto de tarjetas de tiendas de autoservicio, compra de votos, manipulación de los programas sociales, etc.

Pero las encuestas de distinta factura daban por puntero a López Obrador, y el margen sobre sus adversarios fue incrementándose hasta alcanzar porcentajes difíciles de igualar. José Antonio Meade, el candidato habilitado como priísta no despegó nunca del tercer lugar. El ambicioso Ricardo Anaya fue víctima de sus negocios turbulentos en la administración queretana y en la dirigencia panista a la que causó fracturas, quebrantos y deserciones.

El primer debate celebrado el 22 de abril en ciudad de México entre los cinco candidatos a la presidencia –incluyendo a Margarita, la parienta de los responsables del incendio de la Guardería ABC de Hermosillo, Son., donde 49 niños resultaron muertos y 29 con heridas graves durante el sexenio de su marido Felipe Calderón, que en vez de castigo les obsequió impunidad-, fue un ring en el que los asustados contendientes pretendieron  descalificar al candidato de MORENA, que haría realidad aquello de que “la tercera es la vencida”.

El segundo debate en Tijuana, con un público que formuló preguntas insulsas, fue amañado para favorecer un repunte de Meade. El tema fue “México ante el mundo”, por no titularlo descaradamente “La política internacional de México”, que el connotado burócrata, por su condición de  exsecretario de Relaciones Exteriores domina. Ni así despegó.

Ricardo Anaya, con una imagen de muchacho rijoso y embustero, no ocultaba su envidia por el crecimiento desmesurado del “Peje”, y sus asesores: Diego Fernández, Santiago Creel y Jorge Castañeda, célebres perdedores, no encontraron la fórmula con qué descarrilarlo.

El tercer debate realizado en Mérida, rehuyó el asunto vertebral de los energéticos. La Secretaría de Hacienda recauda una ínfima parte del presupuesto, así que exprime a Pemex para sobrevivir. Meade, como extitular de la SHCP, estaría obligado a confesar algunas negras culpas. Este tema escabroso se eludió para favorecerlo.

Entre los millones de telespectadores quedó la percepción de que los debates más que aportación de propuestas o programas, fueron intercambio de insultos y ridiculeces.

Andrés Manuel en su tercera campaña, infatigable y tenaz recorrió estado por estado. Su personalidad antisolemne y carismática multiplicaba el proselitismo. Sus propuestas tenían credibilidad (rebajar los sueldos fabulosos de los funcionarios, o cancelar las pensiones dispendiosas de los expresidentes).

La clase gobernante urdió todas las triquiñuelas conocidas para detenerlo, infructuosamente. El hackeo millonario a la Banca, se dijo, financió la compra de votos, funcionarios, tecnología y propaganda favorable al PRI, rebasando los topes electorales como Peña Nieto seis años atrás, sin que la Fiscalía Especial Para la Atención de los Delitos Electorales interviniera.

El domingo 1 de julio, las nutridas filas de electores anunciaban la intención del voto. Cada uno tenía un motivo para repudiar al régimen: los jóvenes primerizos por falta de oportunidades, la gente en edad productiva por falta de empleo y seguridad, las amas de casa por el encarecimiento de la canasta básica, las clases medias por la venta de las paraestatales (petroquímica y termoeléctricas), el desmantelamiento de Pemex, el aumento a la gasolina, a las tarifas de energía eléctrica y agua potable; los familiares de los indocumentados por la desintegración familiar, los ancianos por alcanzar el apoyo decoroso de los programas asistenciales, el pueblo por carecer de vivienda, salud, vías de comunicación, etc. El estigma de 50 millones de mexicanos en extrema pobreza proclamaba la iniquidad y el fracaso de los gobiernos neoliberales en los últimos treinta años.

Además, la corrupción, la impunidad, el cinismo, la ineficiencia, los sueldos fabulosos, el tráfico de influencias y el enriquecimiento de los funcionarios a costa del erario, irritaron a los ciudadanos que decidieron cobrar afrentas y expulsar del poder a la oligarquía insaciable.

El 53% de la votación otorgó al tabasqueño una victoria contundente. La coalición “Juntos haremos historia” arrasó en las Cámaras de diputados y senadores, y en cinco de las nueve gubernaturas. Funcionó el voto parejo en las cinco boletas (5de5).

Jefes de estado, connotados empresarios, expresidentes de la república lo felicitaron. Los que lo veían como un peligro para México, compungidos, arrepentidos, le desearon buena suerte y se mostraron dispuestos a sumarse a la construcción del México nuevo. Comenzando por un dudoso acto de expiación.

Por cierto, daban pena algunos candidatos del PRI, que a pesar de tener su reputación a salvo, traían atrasado el reloj de la historia. Organizaron visitas domiciliarias con menos espectadores que cuando hay un atropellado. El ejercicio del sufragio fue una jornada de civilidad, un triunfo inobjetable… y después de las 20 horas una noche jubilosa.*