Ha cerrado en Xalapa emblemático lugar / Arturo Reyes Isidoro

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Arturo Reyes Isidoro / El de ayer pintaba para ser un día habitual, al menos para mí. Lo fue hasta las tres de la tarde.

Como comúnmente hago a diario cuando salgo de mi trabajo, al transitar por la céntrica calle Mata me extrañó no escuchar un bullicio al que estaba acostumbrado: el del Restaurante Papaloapan.

Conforme me acerqué al lugar, de pronto me atrajo la atención un aviso de que el negocio se cambiaba a otra dirección. Fue una verdadera sorpresa.

Me asomé y vi cómo afanosamente unos hombres desmontaban y guardaban lo que fue ese centro de reunión de generaciones de xalapeños y de veracruzanos que por alguna razón tuvieron que visitar la capital del Estado o venir a estudiar y convertirse en profesionistas en esta ciudad.

Lo que quedaba del espacioso lugar que fue (originalmente era el restaurante en la planta baja, había un bar en la planta alta y cuando había mucha demanda, en fechas especiales, se habilitaba un patio donde se colocaban muchas mesas) estaba reducido ya a pedazos de madera, mesas amontonadas, trebejos, etcétera.

Entonces no pude evitar la nostalgia, y los recuerdos me asaltaron y me transportaron a un Xalapa que se perdió y del que las nuevas generaciones poco saben o de plano lo desconocen.

¿Quién era gobernador cuando se inauguró? ¿Acaso Fernando López Arias o Antonio M. Quirasco, el famoso “chatito” Quirasco? En ese lugar políticos de mediados del siglo pasado acordaron o tomaron decisiones sobre la vida pública de Veracruz. Por ahí desfilaron conspicuos personajes.

No pude dejar de evocar recuerdos de aquella Xalapa que celebraba carnavales muchas veces en medio del frío, la neblina y el típico chipi-chipi, carnavales que, sin duda, inspiraron a Sergio Galindo para escribir La Comparsa; festejos que hacían que los clientes atiborraran el restaurante-bar al que todos los que podían pagar querían acceder, e incluso hacían “cola” para esperar una mesa.

Era entonces una Xalapa “chiquita”, con huellas todavía de lo que había convertido a la capital en la Atenas Veracruzana, cuando a la Facultad de Derecho se le conocía mejor como Facultad de Leyes, que además era la más prestigiosa de América Latina y todos, de todos lados, querían venir a estudiar en ella porque daba prestigio.

Era una Xalapa en la que todavía no aparecían los famosos “porros”, que vendrían a ser un verdadero azote de negocios y de las pacíficas familias; una Xalapa de los bailes de la Escuela Normal que hicieron época, así como de la Prepa Juárez.

Aquellos “porros” fueron prohijados, sostenidos y tolerados, no podía ser de otro modo, por los gobernantes de entonces, quienes los utilizaban para lo que fuera necesario, incluso para que realizaran protestas a modo (una noche antes en el propio Palacio de Gobierno ensayaban lo que iban a gritar y ahí les decían que sí y qué no podían manifestar); protestas para que se diera una imagen de democracia.

Pero tampoco pude evitar el recuerdo de aquellas inolvidables tardeadas en el famoso Terraza Jardín, un café contraesquina del Palacio de Gobierno donde hicieron sus pininos los joao, que llegarían a triunfar en el país y fuera de él, o el ambiente en el pasaje Tanos con el Café Emir que hizo época, o en el pasaje Enríquez con El Escorial.

Y qué decir de aquellos riquísimos tacos del Ixtacamaxtiteco, que estaba sobre la calle Zamora en parte de donde ahora se ubica el edificio de Citibank, o el café de chinos muy cerca del Palacio de Gobierno, o la famosa cantina Las Palomas frente al parque Juárez, negocios todos ya desaparecidos.

En los últimos años, del Papaloapan sólo quedaba el restaurante de la planta baja en la que se instaló además una barra y los fines de semana se presentaban grupos musicales, por lo que incluso se podía bailar. Creo que fui de los clientes que vivieron los últimos días del negocio porque por las noches se estuvo presentando un grupo de rock que tocaba música de los años 60, que disfrutaba al tiempo que hacía recuerdos.

El aviso de ayer decía que se pasan a la calle Moctezuma muy cerca de la calle Xalapeños Ilustres. Los que desmontaban me dijeron que será lo mismo, aunque no, nunca volverá ser lo mismo. Réquiem, pues, para el que fue un lugar emblemático de la capital de Veracruz.

Un monumento

Si las circunstancias hacen que gane la gubernatura el joven candidato del PAN, Miguel Ángel Yunes Márquez, lo menos que tendrá que hacer será levantarle un monumento a su padre el ahora gobernador.

Una fotografía del jueves pasado de Miguel Ángel Yunes Linares publicada en el portal de XEU Noticias refleja las huellas de la batalla que sostiene para salir avante en el gran proyecto de su vida, quizá más que el de su propia persona, el de su hijo, para que lo suceda.

Ya se sabe que de siempre ha sido un guerrero, un gladiador y que su estado natural es pelearse con todos, o con casi todos con tal de lograr lo que pretende.

Pero bien se dice que todo tiene un límite y que no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después (alude a que en Veinte años después, la segunda novela de D’Artagnan, los personajes de Los tres mosqueteros, escrita antes, resienten ya el paso del tiempo y no tienen las mismas habilidades, etcétera).

En la foto, Miguel Ángel papá se ve desmejorado, con los ojos casi “apagados”, sin la viveza, ni el brillo, ni la dureza con la que mira a sus adversarios, que ha sido característica en él.

Advertí que denota cansancio, agotamiento, desvelo (¿cuántos días llevará sin poder dormir?), acaso preocupación, marcada por las rayas que le caen de ambos lados de la nariz, le rodean la boca y caen en su mentón.

No se ve en él la firmeza propia de su carácter y está muy lejos de la sonrisa que a veces le acompaña. Su rostro denota el desgaste que sufre.

Se la tomaron en uno de los cafés La Parroquia del puerto jarocho donde estuvo para disfrutar un lechero con el Secretario del Trabajo, Roberto Campa Cifrián, quien visitó el Estado.

Con frecuencia, en su muro de Facebook presume su resistencia como corredor, pero no cabe duda que los problemas acaban, y ahora mismo tiene dos grandes y graves: el de hacer que gane su hijo la gubernatura, que lo tiene complicado, y el de resolver o bajarle al problema de la inseguridad que está minando a su administración y su proyecto hereditario. Quién sabe que lo desvele más.

Todo padre quiere lo mejor para su hijo, y el, sin duda, quiere para el suyo todo y lo mejor: el poder político mismo y todo lo que ello conlleva.

Un descalabro dentro de treinta y cuatro días sería para uno y para el otro. Y creo que a ningún padre le gusta que su hijo lo vea derrotado, pero tampoco ver a su hijo perdedor.

Su preocupación debe ser mayor si no gana tampoco Pepe Yunes la gubernatura porque entonces Morena, Cuitláhuac García y López Obrador, se harán del poder en Veracruz.

El tabasqueño se la tiene sentenciada por lo que difícilmente podría negociar con él. En este espacio publiqué que Rocío Nahle, una de las personas más allegadas a AMLO, adelantó que si ganan reabrirán las denuncias que hay en la PGR en su contra y algunos familiares.

Por eso seguramente también todo el empeño, hasta el último aliento por sacar adelante a su hijo porque la gubernatura les serviría de dique para contener la gigantesca ola que se ve venir, que de otra forma puede terminar por ahogarlos.

En lo personal, al margen de su investidura, le deseo que sólo sufra de cansancio y que salud sea la mejor. Y que tenga éxito, por qué no.