Por: Joel Vargas.

El político, desde mi punto de vista, deberá poseer las siguientes características:

Fortaleza, es decir poseer un cuerpo sano y fuerte para resistir las múltiples tareas, para ello procurará levantarse temprano, comer poco pero digerir bien. Debe comer sin prisas y disfrutarlo. Asimismo, debe ir a la campiña a mezclarse con los labriegos para percibir sus necesidades y sus dolores.

Elegancia, debe saber que la elegancia es casi una condición innata, inadquirible. Elegancia es simplicidad y depende del modo de andar, de saludar, de sentarse, en fin, de desplazarse y de conducirse. La elegancia no es el ropaje caro, es la sencillez con el sello especial del político. No debe usar prendas con colores o dibujos llamativos. Usar colores opacos o mate sin caer en la severidad excesiva.

Abstenerse del uso de joyas; cadenas, pulseras, alfileres, pisacorbatas de oro o dijes escandalosos.

Cuando alguna vez leí que la parte más fea del cuerpo eran los pies, no lo creí. Ahora entiendo por qué se cubren con tanto esmero. Cuando alguien llega a algún sitio se le observan el rostro y los pies; por ello el calzado es un aditamento que debe contribuir al buen vestir. Por el calzado se conocen los hábitos y el carácter de la persona. Un excelente calzado produce y fortalece la elegancia.

La camisa debe estar siempre limpia, inmaculada, se diría. La vestimenta sucia demerita al político.

Los cosméticos deben desecharse, así como los olores penetrantes. El político debe estar bien afeitado, no hay nada más desagradable que una barba sin afeitar.

El político no se mezclará con lo vulgar, vivirá recogido, sin frecuentar espectáculos públicos, no permitirá que le descubran detalles pequeños inevitables. Se deberá mostrar de cuando en cuando, con una cortesía perfecta, siendo afable, sin permitir la intimidad, menos la familiaridad.

Es conveniente ser un poco difícil para las visitas. No reciba a todo mundo por cualquier nimiedad. Sea un tanto selectivo. No se trata de ser huraño y soberbio, sino de cuidar un pequeño toque de distinción para no caer en lo vulgar. Lo que mucho se ve se estima poco.

El político deberá ser discreto. Deberá hablar únicamente lo conveniente. Será cauteloso y reservado. No disparar palabras innecesarias. No hablar nunca mal de nadie. Deberá reservarse el concepto que tenga de las personas para conclusiones estrictamente personales.

 

No hablará tan arbitrariamente de los asuntos de Estado. Deberá ser prudente para comentar los temas de su agenda política. Nunca deberá dejar al descubierto su pensamiento. La intimidad consigo mismo es lo mejor.

Deberá siempre tener presente que el que calla y sólo habla lo preciso gana más fama que quien deja correr palabras profusas, divagantes y sin sentido. El que más habla, más se equivoca.

El político deberá romper la barrera de los cortesanos, de los aplaudidores y de los halagadores, que todo lo maquillan, para mezclarse con el pueblo y conocer directamente sus problemas y sus carencias, para no ser engañado.

Los cercanos al político o al gobernante casi siempre mienten para resultar agradables. Son la muralla que evita percibir la realidad. El político deberá hacer lo mismo, tratarlos con cordialidad pero desconfiar un poco. Deberá fugarse de la muralla. No hay peor cosa que gobernar lo que se desconoce.

El político procurara ser racional y no pasional. Deberá despojarse de la ira y del despecho para no causar efectos negativos.

El político se debe conducir sin prisas. Debe vestirse y comer despacio, hasta el sexo debe hacerse con calma. Un apareamiento profundamente amoroso es el mejor lenguaje, hágalo sin carreras. Imite al perro, no al gallo. Lo que se hace precipitadamente sale mal. Las acciones políticas deben ser altamente reflexivas.

Cuando se tenga que responder a un vejamen o agravio, el político intentará ser cauto y siempre será mejor contener los impulsos. Será bueno propiciar un lapso de tiempo para responder. No caer al tú por tú en el reto verbal de las imputaciones.

Deberá cuidar de no perder el equilibrio. En el arte de gobernar, el equilibrio consiste en ser entero y condescendiente. La condescendencia depende de la perspicacia del político.

Si el político entrara en pugna con ideas o doctrinas contrarias o tuviera que enfrentar enemigos acérrimos, deberá ser discreto y cauto por decidir pronunciamientos. Nunca navegue por fuerza contra la corriente. Asuma el punto inteligente. Sea tolerante y que el tiempo haga su trabajo.

Cuidará de no caer en el elogio vulgar, tampoco en el elogio elocuente y fino. No deberá darle más importancia de lo que realmente vale. Agradezca las hipérboles y los entusiasmos, pero hay que ponerle suficiente dosis de discreto desdén. El político debe tener una conciencia clara de su valor, porque el halago excesivo es deformante.

El político procurará conocer a los que lo rodean. Algunos son buenos y leales, otros son trapisondistas y falsos. No debe darse cargo alguno a los negativos. Los asiduos y los lisonjeros son los más perversos.

No deberá desdeñarse la cortesía. Hay que aceptar los elogios, despreciarlos equivale a repetirlos. El elogiado debe poseer una absoluta claridad de su persona y su trabajo para no sucumbir al elogio.

No hay que ser exhibicionista. Sea el político entendido con los entendidos, opaco y vulgar con los opacos y vulgares. Un discurso de alta retorica ante un público modesto y sencillo, es una grosería. Úsese la cultura y el ingenio con los doctos, en una paridad de igual a igual.

El político deberá viajar. Salir de su oficina. Enfrentarse al pueblo sin agendas ceremoniosas. Hablar del lenguaje del pueblo. No pretenda deslumbrar a nadie con palabras relumbrosas e inentendibles. Debe ser sencillo. Coma o cante con el pueblo.

Cuando el político sea víctima de la invectiva debe permanecer impasible. No pierda nunca la sangre fría. Con serenidad enfrente los ataques. Las respuestas deben ser firmes y contundentes. No debe titubear. Sea irónico, pero que la cólera no lo invada. En política el que se enoja pierde.